Por Julio Pernús, prensa IPL.

  El novelista alemán Louis de Wohl (1903-1961) y San Ignacio de Loyola (1491-31 de julio de 1556) tienen un vínculo que los une más allá de la novela histórica que hizo Wohl, sobre el ilustre caballero Íñigo de la población vasca de Azpeitia. Ambos fueron marcados por la guerra.

El primero participó en la Segunda Guerra Mundial y el segundo, en su juventud, hizo parte del ejército leal a Carlos I de España y participó en la batalla de Pamplona (1521) en la que luchó contra los navarros y los franceses.

 Esa conexión hizo que el escritor alemán pudiera mostrar en su obra El Hilo de Oro. Vida y época de San Ignacio de Loyola, esa grieta (herida) por donde pasa el agua de un río Cardoner cargado de una espiritualidad que necesita cabalgar fuera de la cueva de Manresa rumbo a la humanidad y transformarse en un estilo de vida conocido como ejercicios espirituales.  

 El Hilo de Oro llegó a la cabeza de Wohl como una orden: busca dónde está esa historia extraordinaria y hazla florecer en forma de relato para la humanidad. De ahí que el lector agradezca la oportunidad de ver retratado, con sus luces y sombras, el germen fundacional de la Compañía de Jesús en cada una de sus páginas. 

 Uno de los grandes logros de esta novela es la conexión que establece entre la vida de Ignacio de Loyola y el agnóstico soldado de la guardia suiza Ulrico von der Flue. Entre ellos se teje una amistad extraordinaria reafirmando que “la huella de Dios –según dijo el P. Ignacio– no siempre es visible para el hombre”.

 Amor, espiritualidad, fraternidad, son algunos de los caminos que podemos recorrer en esta obra de Louis de Wohl que es, sin dudas, un lindo regalo para la familia de espiritualidad ignaciana. Un pasaje de la novela que nos muestra el pozo del que bebe dice así: “…la misma experiencia tendrá que ir mostrándoles el camino. Es tan consciente de que Dios le ha guiado por vericuetos inesperados, que ahora siente una mezcla de confianza e incertidumbre. Se repite una y otra vez esa máxima que al tiempo le exige y le libera: obrar como si todo dependiese de sí mismo, sabiendo que al final todo depende de Dios. Luchar hasta el extremo, para después dejarlo todo en las manos divinas".