Partiendo de la interiorización profunda que parte de nuestra espiritualidad, nos disponemos a vivir el Año Ignaciano como comunidad educativa Loyola.
Permitiremos que la experiencia de conversión de San Ignacio transforme nuestras vidas, haciendo de cada uno de nosotros un testimonio y en comunión y fidelidad creativa, ya la vez, siendo signos de esperanza en el mundo en que hoy vivimos.
Todos podemos acercarnos a esta experiencia espiritual con un deseo auténtico de conversión que ha de brotar de esa identificación con Jesucristo, el siervo humilde que se dio en servicio y amor.
Que esta celebración de los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola, sea un espacio para que cada miembro de nuestra comunidad educativa encuentre la oportunidad para abrirse al Dios transformador, partiendo de un discernimiento personal, que nos ayude a ver todas las cosas nuevas en Cristo Jesús y así en todo amar y servir.
Padre Lázaro Ángel Águila, SJ